Lo que siento, lo que soy.
¿Qué es lo primero que piensas al escuchar la palabra EMOCIONES? Cierra los ojos, visualiza un día
cotidiano: amanece, estás en cama, suena tu despertador, piensas en lo que
debes hacer, decides o no darle cinco minutos más al reloj, te levantas, haces
dos, tres pendientes caseros, te metes a bañar; ¿qué ropa te vas a poner? Das
los buenos días… ¿a quién?, ¿en qué modo lo harás, con un beso, palabras?
Alistas a tus hijos, o no, vas al trabajo, al super, al gimnasio, vas manejando,
¿vas cantando?, ¿qué canción es?, ¿observas a la gente en la calle?, ¿qué vas
pensando?, ¿cedes el paso?... ¿ERES
FELIZ?
Cierto, están “de moda” el manejo
de emociones, la inteligencia emocional,
¿por qué escuchamos cada vez más estas materias? Lo realmente interesante de
esto es que se está volteando a ver un aspecto clave que rige nuestro
comportamiento y al cual jamás habíamos visto o escuchado, estaba en “modo
avión” y lo poco que veíamos estaba o está completamente torcido, pero comenzamos
a enderezarlo, a darle forma, a ponerle cara, tamaño y nombre, comenzamos a
conocerlo para hacerlo nuestro mejor aliado: nuestras emociones.
El 70% de nuestro funcionamiento y rendimiento como
individuos en cualquier escenario depende de nuestro estado emocional, es
decir, CASI TODO lo que yo haga, diga, vea, escuche, decida, vista, coma, beba,
etcétera, dependerá de mi estado emocional, por eso es tal la importancia de
conocerlas, aceptarlas como son y llevarme muy bien con ellas para lograr
manejarlas adecuadamente y no que ellas me manejen a mí.
Crecimos en una cultura en la cual las
emociones con tintes negativos no son permitidas ni social ni ética ni
profesional ni personalmente, es decir, no se permite enojarse, llorar, sentir
envidia, miedo, frustración, celos, en fin, lo tenemos tan bien aprendido que
al instante en que sentimos cualquiera de las anteriores en automático además,
sentimos culpa, vergüenza, pena, nos sentimos inferiores, débiles, etcétera,
cuando todas las personas sobre la Tierra sentimos todas las anteriores y
muchas más lo cual no me hace una persona miedosa, frustrada, enojona,
aburrida, celosa… Hoy somos adultos y lo más grave de todo es que no sabemos
lidiar con los conflictos de ningún tipo, estamos luchando interna y constantemente
con lo me enseñaron “que debo hacer, parecer, y ser”, contra “lo que soy”, ¿y
qué es lo que somos?: emociones,
ni positivas ni negativas, sólo emociones, mismas que no nos hacen personas ni
buenas ni malas, simplemente personas,
y al reconocerme como tal, obtengo una ganancia para toda la vida: SEGURIDAD, la cual me dará la tranquilidad para
identificar, nombrar, reconocer y asumir una emoción, y ese es el primer paso a
la felicidad. Las emociones asumidas no generan
culpa, las emociones asumidas generan personas sanas, seguras de sí, y por ende
FELICES. UNA PERSONA
SANA, ES UNA PERSONA FELIZ, Y UNA PERSONA FELIZ ES SOCIALMENTE FUNCIONAL.
Así que por todo lo anterior, las emociones negativas no existen, más bien: Todas las
emociones con tintes negativos bien digeridas, son positivas.
El objetivo es estar conscientes de cada emoción, de vivirla
como tal, sin culpas, sin pena, con franca honestidad, y sin lastimar a nadie.
Se vale enojarse, se vale gritar, se vale llorar, se vale celar, se vale vivir;
vívete a conciencia y con responsabilidad, disfruta y valora cada pizca de
emoción que sientas vibrar en tu cuerpo, ya que justo eso es lo que eres, y
como seas, eres maravilloso.
Sembrémoslo
en nuestros pequeños.
María Paz Torchia
Núñez
Lic. Educación Preescolar
Campus Santa Fe
www.lomashill.com
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